martes, 6 de enero de 2009

Embrujo de Café: Parte 3

De pronto, un pensamiento oscuro cruzó su mente. Recordó la advertencia del hombrecito en su sueño y sintió miedo. Sabía que algo muy malo pasaría si su boca producía alguna palabra, pero la agobiaba más el hecho de saber que si no decía algo pronto, Eduardo seguramente se marcharía herido y humillado.

- Mi nombre es Jazmín – Dijo sin poder ocultar su miedo. – He venido aquí cada semana a esperar algo que ni yo misma sabía que era. Hoy me dí cuenta que este momento es lo que he anhelado durante todo este tiempo. Me gustaría vivir junto a ti el resto de mi vida, pero siento que algo malo va a pasar.

La sonrisa de Eduardo no alcanzaba a reflejar su felicidad. Por fin había escuchado el nombre que tantas veces había tratado de adivinar. La noticia de que algo malo sucedería ni siquiera le interesó. Lo único importante para él era que su vida había cambiado y que había encontrado la felicidad.

Ambos se miraron fijamente y antes de darse cuenta sus labios se habían fundido en un beso. No era un beso cualquiera, era como si se hubieran conocido durante mucho tiempo, como si hubieran sido amantes durante doce años. Pero de pronto algo pasó. Todo fue muy rápido. Eduardo abrió los ojos justo a tiempo para ver la sonrisa de Jazmín por última vez. Ella comenzó a irradiar un brillo fantasmal, su piel se veía semi transparente y poco a poco desapareció.

Aquello era imposible. Debía ser un sueño. ¿Cómo era posible que sucediera eso justo en el momento en que su vida había cobrado sentido?. Eduardo se levantó indignado. Con rabia comenzó a destrozar el local, lloraba amargamente y gritaba con todas sus fuerzas. Dijo una blasfemia con cada silla que rompió y maldijo a su destino por jugar con él de esta forma. No hubo un solo artículo de la cafetería que se conservara completo. Todo yacía despedazado y revuelto en el piso, todo menos el cuadro, la mesa y la silla que la chica del café había ocupado durante tanto tiempo.

Al anochecer se arrastró hasta la mesa. Se sentía agotado, aunque la furia no había disminuido. Juntó algunos escombros y los acomodó a modo de silla. Se sentó justo en donde apenas unas horas antes había visto desvanecerse a su amada. Ahí pasó la noche entera en vela, llorando a ratos y desgarrando la oscuridad con su dolor.

Al siguiente domingo todo parecía seguir igual. Los pedazos rotos de tazas y mesas estaban esparcidos por todo el piso. Apenas amanecía cuando dos hombres de uniforme blanco sacaban del local una bolsa negra en la que se adivinaba la figura de un hombre. – Mira que curioso – dijo uno de los que cargaban el cuerpo – todo está destruido menos la mesa, el cuadro y ese reloj. A primera vista le había parecido que el reloj funcionaba aunque obviamente iba varias horas adelantado. Lo que aquel joven no alcanzó a ver fue que a pesar de que el segundero seguía en marcha, las otras manecillas señalaban firmemente las once en punto.

Hoy aquel café permanece cerrado. Jamás apareció la familia de Eduardo y el local quedó abandonado tal y como lo dejó la policía. El polvo y las telarañas han cubierto la puerta y las ventanas. La luz del sol ya no entra más y la visibilidad es casi nula. Hay quienes juran que cada domingo a las once de la mañana se puede ver la figura de un hombre y una mujer sentados ante la única mesa que quedó en pie, charlando y bebiendo café. Incluso hay quienes juran haber escuchado risas y voces diciendo Eduardo y Jazmín...

El tiempo se ha encargado de borrar de la memoria lo que en aquel café sucedió. Si alguien se tomara la molestia de entrar y ver el cuadro que sigue en la pared, podría darse cuenta de que el tiempo no lo ha tocado, el polvo no lo ha cubierto aún y la pintura brilla tanto como el día en que se colgó. Todavía se puede ver el verde pastizal, la casa al fondo permanece bajo la sombra del gran manzano y seis figuras han aparecido. En primer lugar se puede ver a un hombre de unos 55 años, robusto y feliz; a su lado se encuentra una bella mujer de sonrisa amplia, quizás de 45 años; jugando alrededor, se puede ver la imagen de cuatro pequeños niños de entre tres y diez años. A veces, las figuras parecerían moverse dentro del cuadro como si de una familia de verdad se tratara. Quizás, si usamos la imaginación, podríamos entrar a la casa en la pintura y veríamos un cuadro sobre la chimenea que muestra a una chica sentada ante una mesa bebiendo café y con un libro en la mano.

Tal vez nadie recuerde esta historia, pero una cosa es segura; todo el mundo sabe que cada habitación de aquel viejo edificio está embrujada...

2 comentarios:

  1. definitivamente fer... perdón por no escribir antes esto, pero de que "embrujo de café" es uno de tus mejores textos, lo es...

    no subestimando el de sueños, que en otro plano también es muy bueno... tu no escribirás mucho, pero cuando lo haces siempre sacas cosas geniales

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  2. hola!!
    me llamo mariela soy de veracruz, gonzalo me comento de the zoo y aki estoy escribiendo mi comentario, la verdad me encanto "embrujo de cafe" cuando lei la primera parte ya me moria de ganas por saber que seguia jejee
    y ps si muy linda!!
    muchos saludos para todos en especial a khalion y aqui me tendran siempre que se pueda, ah si...sigan subiendo sus escritos eehh...

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