domingo, 21 de diciembre de 2008

Licantropo

Miles de historias de desamor existen en el mundo, millones de personas malheridas vierten letras sobre papel, o tratan de destrozar el teclado en un vano intento por desahogar ese "veneno"; ¿Quién podría decir que no ha sentido esto alguna vez? esa necesidad de escribir, de qencontrar algn sordomudo para abrir con él su corazón, lo más cercano a esto es el papel, el que escucha, el que siempre puede estar ahí, el paño de lágrimas...

y bien... quisiera marcar pauta en este blog con este poema al que titulo "Licántropo", vertido en papel durante uno de esos momentos, cuando uno no puede evitar "aullar a la luna"


Licántropo

Míralo, está sólo como nunca pues le falta su mirada,
como un mar sin luz de luna, como un lobo solitario,
admirando en el peñasco el incremento de las aguas.
¡Qué envidia de la marea! Que no cesa ni un instante,
¡cuanta envidia siente al verla y de saber que es un cobarde!
su sangre arde de coraje al oír la luna comentarle:

— ¡Tú no mereces amarle, no mereces ni mirarla!—

E inconsciente de aquel llanto que derrama, una lágrima se nota;
y no envidia por ahora más que un choque con las rocas,
él quiere volverse ola, y romper con su cruel sino,
volver al mar asesino y desmentir su cobardía;
era presa del hechizo de hombre lobo, de suicida,
y la burla de la luna se incrustó más en su herida;
de su boca brota espuma , aquel veneno le corrompe
y alaridos con su nombre que hasta al viento paraliza
han salido de sus labios, y el encono lo hace osado:
no hay temor ni cobardía, sólo un lobo envuelto en rabia.
El licántropo se ensaña en cada aullido con su amada,
porque aun la recordaba, y en el fondo la quería,
y su nombre repetía en lamentos que no acaban…

Y cada noche, llorando, puedes verlo en el peñasco,
llamándola a cada aullido, maldiciendo a aquella dama,
y su voz se quiebra y calla, y aun suspira enamorado,
en la oscuridad del risco, en penumbra y sin su amada,
hombre lobo solitario que a la soledad le canta…

Amigos... nos estaremos viendo...

Khalion

sábado, 20 de diciembre de 2008

Embrujo de Café: Parte 2

De lunes a sábado trabajaba clasificando paquetes en un almacén. No tenía amigos, pero tampoco los necesitaba. Cada domingo al llegar al local, se sentía como si estuviera en casa rodeada de su familia. El encargado había pasado a formar parte de su vida, pero jamás había sentido curiosidad por saber su nombre. El delicioso aroma del café y la presencia del bello cuadro junto a la mesa la hacían perderse en una realidad que salía de las páginas de sus libros.

En una ocasión su jefe de departamento le había comentado que parecía como si el tiempo no pasara por ella. Le había conocido hacía 8 años cuando entró a trabajar al almacén y pareciera como si no hubiera envejecido ni un solo día. Esto le pareció divertido y la chica comenzó a imaginar que el café tenía propiedades rejuvenecedoras. Un día leyó la historia de un hombre que tenía un retrato que envejecía, mientras él permanecía joven por siempre, con la única consigna de jamás ver el cuadro. A partir de aquel día, comenzó a imaginar que lo mismo le ocurría a ella. Llegó a pensar que el cuadro del pastizal con la casa, atrapaba los años que de otra manera, habrían ocasionado su envejecimiento. Una ocasión soñó que un hombrecito en la pintura le decía que si pronunciaba una sola palabra cerca de aquel cuadro, el hechizo se rompería. Fue así como su ritual en el café se cubrió de silencio y las miradas y sonrisas pasaron a ser el único medio de comunicación con el dueño del local.

Las semanas siguieron pasando y luego vinieron los meses que al final se convirtieron en años. Eduardo, que así se llamaba el dueño del café, había visto el mismo rostro durante casi 12 años y jamás había notado un signo de envejecimiento. Él por su parte se veía un poco más acabado. La angustia de no poder preguntarle su nombre había marcado en él ondas cicatrices. Cada segundo de espera se convertía en un martirio inconcebible. Noche a noche soñaba que la veía sentada en la mesa de siempre y justo cuando se disponía a decir su nombre, el sueño terminaba de forma repentina ocasionándole cada vez más sufrimiento.

La rutina se repetía cada semana sin variar ni un poco. Sin embargo, una fria mañana de diciembre algo cambió. Ese día, el dueño se levantó con la firme convicción de que al atardecer sabría el nombre de aquella enigmática mujer, así le costara la vida.

Eduardo se apresuró a llegar al local, se aseguró de que todo estuviera en orden y se dispuso a abrir media hora antes que de costumbre. Pasó toda la mañana pensando en la mejor forma de hablarle, imaginaba cual sería su reacción, pero lo que más le agobiaba era la angustia de saber si sería o no capaz de pronunciar algo.

A las diez cincuenta y uno supo que el momento estaba cerca; a las diez cincuenta y dos descubrió las palabras exactas que debía decir; a las diez cincuenta y tres se llenó de valor; a las diez cincuenta y cuatro se imaginó su voz; a las diez cincuenta y cinco se vió así mismo proponiéndole matrimonio; a las diez cincuenta y seis soñó con una casa hermosa y cuatro hijos; a las diez cincuenta y siete creyó escuchar sus pasos; a las diez cincuenta y ocho su corazón se disparó; a las diez cincuenta y nueve supo que en cualquier momento entraría; a las once en punto la vió abrir la puerta y toda su confianza y valor se fueron al piso.

La rutina comenzó como siempre. Llevó primero el expreso y se odió por no atreverse a hablar. Más tarde vino el capuchino con un croissant y una lágrima apareció en su ojo izquierdo. Cuando llegó la hora del vaso de agua supo que todo se había ido a la basura una vez más. Sin embargo, justo cuando se disponía a regresar a su lugar atrás de la barra, un súbito calor lo llenó y tardó un poco en reconocer su propia voz pronunciando aquellas palabras que había tenido atoradas durante doce años.
- Hola, mi nombre es Eduardo. Te he visto venir aquí cada domingo sin falta durante los últimos doce años y ni siquiera se tu nombre.
La chica del café (como la había apodado Eduardo) desvió la mirada hacia él y la sorpresa se dibujó en su rostro.
- Sabes – dijo Eduardo – he notado que siempre usas el mismo vestido. Jamás he escuchado tu voz, pero se exactamente que traerte y en que momento hacerlo. Te has convertido en la protagonista de mis sueños. Lo más gracioso es que ni siquiera te conozco, pero moriría si no te viera entrar al café los domingos a las once de la mañana.
Para este momento, una amplia sonrisa se había hecho presente en el rostro de la chica. Sus ojos se llenaron de alegría y supo que era ese el momento que había esperado durante tanto tiempo. Sintió el impulso de decirle a Eduardo que ella también lo amaba aún sin conocerlo y que justo ahora se había dado cuenta de que esa era la razón por la que había entrado al local hacía doce años.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Embrujo de Café: Parte 1

Todas las semanas transcurrían de forma normal, rara vez había algo digno de recordar. Los domingos, sin embargo, eran una cosa totalmente diferente. El ritual comenzaba a las 9 en punto justo cuando lo anunciaba el despertador. Después de un baño caliente se ponía siempre el mismo vestido blanco con encaje, cambiando en en ocasiones el collar o los aretes.

A las once de la mañana cruzaba la puerta del café. Iba siempre directo al fondo y se sentaba en la mesa de la esquina. A esa hora el local estaba vacío, por lo que podía disfrutar de un rato de soledad en medio de aquel delicioso aroma. Cada semana llevaba un libro diferente y se sumergía en su lectura sin tan solo tomarse la molestia de ordenar algo.

El dueño del local se había encargado de atender el negocio personalmente durante los últimos 10 años y durante todo ese tiempo jamás había visto que la chica del café no apareciera los domingos a las 11 de la mañana. Con el pasar del tiempo había aprendido su rutina. Apenas llegar, tomaría una taza de café expreso. Si había tenido una buena semana, media hora más tarde levantaría el índice izquierdo para indicar que le llevaran un capuchino con mucha canela y la sonrisa en su rostro indicaba que también comería un bocadillo salado. En cambio, si su semana había sido mala, únicamente el dedo solitario pediría el café, pero con un poco de moka para endulzarse la vida. Al terminar, esperaría más o menos media hora más antes de levantar la mirada y con un leve movimiento de cabeza, ordenar un vaso de agua fría. Finalmente, se levantaría, pondría un billete sobre la mesa y saldría del café con una sonrisa en la boca, pero sin articular palabra.

Así había sido durante 10 años. El dueño no recordaba haber escuchado alguna vez su voz, pero si recordaba con precisión el pedido que debía servir cada semana a su fiel clienta. Mucho tiempo había meditado acerca de aquella mujer. Vagamente recordaba como había sido su primer encuentro. Sabía que ocurrió el primer domingo que había pasado siendo dueño de aquel café. A las 11 en punto vio entrar a una joven mujer de alrededor de 25 años. Usaba un vestido blanco con encaje que hacía resaltar la forma de su cuerpo. Su tez blanca y el cabello castaño combinaban perfectamente con los ojos claros que tanto llamaban la atención en aquella bella joven. Era de estatura baja, aunque las zapatillas que calzaba la hacían verse ligeramente más alta.

Muchas veces quiso hablarle, preguntarle su nombre, averiguar porque siempre llevaba la misma ropa y seguía la misma rutina sin pronunciar ni una sola palabra. Sin embargo, por alguna extraña razón, cada vez que intentaba acercarse ocurría algo que lo hacía desistir de su intento.

Durante diez años había alimentado su imaginación. Su curiosidad se había hecho más grande y por si fuera poco, había comenzado a enamorarse de aquella chica. Es verdad, jamás habían cruzado palabra, no sabía nada acerca de ella y ni siquiera sabía su nombre, pero cada domingo esperaba con ansias que el reloj marcara la hora en que ella atravesara la puerta.

El tiempo seguía pasando y cada semana la historia se repetía sin cambios. En alguna ocasión, el dueño del café tuvo una riña con un cliente que había tenido la osadía de invadir la mesa de la joven justo a las 10:45. Tan solo siete minutos después el cliente salía del local mascullando algunas maldiciones y jurándose jamás volver a aquel lugar. La chica del café llegó a la hora de siempre y jamás se enteró de que su rutina estuvo a punto de destruirse apenas unos momentos antes.

Aquella mujer había pasado todo ese tiempo esperando sin saber exactamente lo que esperaba... Un domingo hacía ya diez años había pasado frente al café y el delicioso aroma la invitó a entrar. Se dirigió directamente al fondo y se acomodó en la mesa que estaba justo al lado de un cuadro que mostraba la panorámica de un verde pastizal y una casita de madera al fondo, con un enorme manzano al lado. Ese día sintió como si hubiera vuelto a un lugar del que no se acordaba, pero al que siempre había pertenecido. El siguiente domingo se sorprendió al percatarse de que sus pasos la habían llevado al mismo local. Fue así como la visita dominical al café se convirtió en parte de su vida.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Viejo Edificio


Los minutos pasaban, la luna brillaba en lo alto y la gente discurría, tan común, tan como siempre. Mi mirada se detuvo en un viejo edificio. El color café y las ventanas rotas y oscuras me trajeron recuerdos, imágenes que pasaron por mi mente hablando de tiempos lejanos, cuando aún era un niño y todo podía suceder. La niña, pensé…

Todo comenzó hace años, cuando era un pequeño que su mamá llevaba al Tae Kwon Do. Todas las tardes el camión pasaba por el centro de la ciudad, deteniéndose en una calle llamada Bravo. Que rayos, el camión siempre se ha detenido ahí por lapsos mayores a 10 minutos, todo a la espera de los pasajeros que, regresando de hacer sus compras, lo abordaban. Mis ojos, negros y pequeños, veían con atención a la gente que pasaba, hasta que finalmente terminaban por posarse en un edificio viejo, abandonado y misterioso. Que miedo, pensaba; mientras las historias de fantasmas como la llorona venían a mi mente. Recuerdo detenía mi mirada en un punto específico, en una de las ventanas del centro, como a la espera de que algo apareciera ¿Un espíritu? Quizá. A la par de los escalofríos, la curiosidad me sostenía firme. Era entonces cuando, producto de no ver nada, veía algo. Una mujer o una niña, cubierta de ropajes blancos, el cabello negro y largo le descendía por la frente a veces tapándole los ojos, el rostro pálido que se asomaba, mientras mis ojos miraban a otro lugar esperando olvidar esa invención tan real. Creo que fue en ese momento cuando conocí a La Niña, compañera de mis alucinaciones infantiles mientras esperaba a que avanzara el camión. Me encantaría describir los juegos que disfrutamos juntos, pero sería mentira, pues nunca sucedió hasta ahora, que en imágenes regreso a mi infancia y pienso que en los ratos de soledad, aquella damita constantemente estuvo conmigo. Siempre me quedaron dudas, ¿Qué pasaría si demolieran el edificio? ¿Se quedarían sin casa los fantasmas? ¿Por qué no aparecía ningún espectro? ¿En realidad los había? ¿Alguien los había visto? Yo no sabía de ninguna historia. En fin, las dudas típicas de un niño desfilaban cada día, en mares de curiosidad y miedo. Finalmente, el paso de los años me hizo olvidar esas cosas infantiles y La Niña… desapareció…

Que días aquellos pensé, mientras miraba el mismo punto fijo de hace años. Mi mente seguía perdida en algún lugar que no corresponde a los humanos. Me esforcé, pero no por regresar, sino por completar el místico viaje a esas tierras que la mayoría de los adultos desconocen y fue entonces que la vi: su rostro melancólico asomado a la venta me permitía visualizar unos ojitos negros que decían ¿Por qué me dejaste? El cabello oscuro aún cubría parte de su rostro y la ropa seguía siendo blanca… Ella permanecía igual, pero yo había cambiado. Me dio tristeza verla así, me compartió su nostalgia. ¿Qué hace ahí? Me pregunte, pero no obtuve respuesta concreta, mil historias viajaron por mi mente. ¿Cómo murió? ¿Por qué sigue en ese edificio? ¿Quién la ayudara? No lo sé y al parecer La Niña, que a veces figuraba una mujer, tampoco lo sabía, pues dependía de mí y de mi imaginación.

Una rápida miraba me anunció que el momento concluía.

Y mientras me retiraba miré otra vez esa ventana. Sonreí a La Niña. Adiós –pensé, justo antes de fraguarme la intención de averiguar que le había pasado… a La Mujer… a La Niña…

PJ

Otra bienvenida

Antes que nada, me presentaré. Mi nombre es Fernando Noguerón y mi pseudónimo es Guerrero @ztec@. Formo parte de este ZoO mitológico en donde al igual que mis compañeros doy rienda suelta a las más absurdas ideas. En mi metroflog tengo material que iré seleccionando y reeditando para ser digno de este espacio.

Como ya saben, este proyecto es idea de PJ pero ha crecido tanto que ya es parte de todos nosotros. Espero poder estar a la altura de esta nueva aventura y espero con ansias los comentarios que tengan no solo de mis historias, sino de las de todos nosotros.

Nuevamente...¡Bienvenidos!

martes, 9 de diciembre de 2008

Nuestro Espacio: The Zo0

Hace algunos años tuve la intención de formar un círculo literario... para quienes me conoscan bien sabrán que no lo logré. Sin embargo, la vida siempre da vueltas y te lleva por los caminos indicados, haciendote conocer a las personas debidas. Fue ahí cuando encontré a mis buenos amigos Fernando Noguerón y Gonzalo Vega, con quienes tuve la fortuna de formar The Zo0, dando inicio a nuestras reuniones el 19 de mayo de 2007.

Al día de hoy ha pasado cierto tiempo, las cosas cambiaron, pero The Zo0 es ya parte de nuestras vidas. Quiero agradecer de manera especial a esos dos “animales mitológicos” que me apoyarón en esto, que sé, sin dudarlo, será el cimiento de lo que lograremos: Trascendencia.

Debo reconocer que por “azares del destino” me vi inmerso en el mundo de “los Blogs”, y no resistiendo a la tentación, he abierto uno para nosotros. Este es un espacio de cultura, crecimiento y por sobreto de expresión. Invitamos a hacer participe a todo aquel que quiera darnos su opinión, subir un texto de interés, compartirnos alguna poesía, en fin, cualquier cosa que nos ayude a mejorar como escritores y, por supuesto, como personas. Este es un rincón donde los poetas pérdidos se encuentran, donde los escritores sin ideas se nutren, donde la inspiración se desborda llevándonos a hacer las más insólitas expresiones artísticas, usando la palabra como un medio de belleza. Este es nuestro espacio, este es el espacio de The Zo0.

“Comemos la noche, bebemos el tiempo y hacemos nuestros sueños realidad”