viernes, 12 de diciembre de 2008

Viejo Edificio


Los minutos pasaban, la luna brillaba en lo alto y la gente discurría, tan común, tan como siempre. Mi mirada se detuvo en un viejo edificio. El color café y las ventanas rotas y oscuras me trajeron recuerdos, imágenes que pasaron por mi mente hablando de tiempos lejanos, cuando aún era un niño y todo podía suceder. La niña, pensé…

Todo comenzó hace años, cuando era un pequeño que su mamá llevaba al Tae Kwon Do. Todas las tardes el camión pasaba por el centro de la ciudad, deteniéndose en una calle llamada Bravo. Que rayos, el camión siempre se ha detenido ahí por lapsos mayores a 10 minutos, todo a la espera de los pasajeros que, regresando de hacer sus compras, lo abordaban. Mis ojos, negros y pequeños, veían con atención a la gente que pasaba, hasta que finalmente terminaban por posarse en un edificio viejo, abandonado y misterioso. Que miedo, pensaba; mientras las historias de fantasmas como la llorona venían a mi mente. Recuerdo detenía mi mirada en un punto específico, en una de las ventanas del centro, como a la espera de que algo apareciera ¿Un espíritu? Quizá. A la par de los escalofríos, la curiosidad me sostenía firme. Era entonces cuando, producto de no ver nada, veía algo. Una mujer o una niña, cubierta de ropajes blancos, el cabello negro y largo le descendía por la frente a veces tapándole los ojos, el rostro pálido que se asomaba, mientras mis ojos miraban a otro lugar esperando olvidar esa invención tan real. Creo que fue en ese momento cuando conocí a La Niña, compañera de mis alucinaciones infantiles mientras esperaba a que avanzara el camión. Me encantaría describir los juegos que disfrutamos juntos, pero sería mentira, pues nunca sucedió hasta ahora, que en imágenes regreso a mi infancia y pienso que en los ratos de soledad, aquella damita constantemente estuvo conmigo. Siempre me quedaron dudas, ¿Qué pasaría si demolieran el edificio? ¿Se quedarían sin casa los fantasmas? ¿Por qué no aparecía ningún espectro? ¿En realidad los había? ¿Alguien los había visto? Yo no sabía de ninguna historia. En fin, las dudas típicas de un niño desfilaban cada día, en mares de curiosidad y miedo. Finalmente, el paso de los años me hizo olvidar esas cosas infantiles y La Niña… desapareció…

Que días aquellos pensé, mientras miraba el mismo punto fijo de hace años. Mi mente seguía perdida en algún lugar que no corresponde a los humanos. Me esforcé, pero no por regresar, sino por completar el místico viaje a esas tierras que la mayoría de los adultos desconocen y fue entonces que la vi: su rostro melancólico asomado a la venta me permitía visualizar unos ojitos negros que decían ¿Por qué me dejaste? El cabello oscuro aún cubría parte de su rostro y la ropa seguía siendo blanca… Ella permanecía igual, pero yo había cambiado. Me dio tristeza verla así, me compartió su nostalgia. ¿Qué hace ahí? Me pregunte, pero no obtuve respuesta concreta, mil historias viajaron por mi mente. ¿Cómo murió? ¿Por qué sigue en ese edificio? ¿Quién la ayudara? No lo sé y al parecer La Niña, que a veces figuraba una mujer, tampoco lo sabía, pues dependía de mí y de mi imaginación.

Una rápida miraba me anunció que el momento concluía.

Y mientras me retiraba miré otra vez esa ventana. Sonreí a La Niña. Adiós –pensé, justo antes de fraguarme la intención de averiguar que le había pasado… a La Mujer… a La Niña…

PJ

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